viernes, 4 de marzo de 2011

Capítulo 3. Parte 7.

Reclusión.

Todos tenemos canciones que nos molestan. A veces es porque no dejan de ponerlas en la radio, otras veces es porque tus amigos no dejan de cantarlas, o porque lo ves en los estados de Facebook de todo el mundo. Simplemente te ponen de los nervios. Y ahora Viento no deja de cantar. Me está poniendo enfermo. Tengo unas ganas enormes de gritarle que se calle, que estoy harto de su actitud estúpida. Pero pensándolo mejor, prefiero no hacerlo, ya que si lo hago quedaré como un amargado, o algo así. Estas dos horas han sido las peores de mi vida. Desde que Pura y ese hombre nos dejaron aquí Viento no ha dejado de cantar la misma canción. No la reconozco, pero me suena.

De repente, Viento para de cantar.

-Aleluya-dice Ella.

-Mirad eso de ahí arriba-dice señalando al techo.

Los tres miramos hacia arriba y vemos una especie de hilo, como esos hilos que cuando tiras de ellos se enciende la bombilla.

Los cuatro a la vez, intentamos alargar nuestros brazos y llegar pero no lo conseguimos.

-Tengo una idea, agáchate pardillo-dice Ella.

Me arrastro hacia abajo, y Ella sube por encima de mí, se apoya en una pared y de alguna manera, consigue ponerse de pie encima de los hombros de Viento.

Entonces, estira el hilo, se abre el techo, y la estancia se llena de agua.

El agua nos golpea violentamente. Mi espalda golpea fuertemente contra el suelo. Algo me arrastra hacia arriba y por fin puedo respirar. La luz entra por el agujero del techo, pero está muy lejos. Ella suelta el hilo, y el agujero se cierra, y todo se oscurece.

Viento le dice gritando que lo vuelva a estirar. Supongo, ya que no puedo ver nada, que Ella le obedece y todo se vuelve a iluminar.

Ojalá esto no fuera real. Deseo con todas mis fuerzas haberme dormido en clase de filosofía o algo. Seguir en el mundo normal. Pero no… Todo ha de ser absurdo y surrealista.

De repente, ya no estoy flotando, supongo que me han agarrado y he salido de la habitación por el agujero del techo.

Estamos en un pasillo, y en el suelo hay una trampilla, por la que hemos entrado. Estoy mareado y tengo ganas de vomitar. Podríamos descansar un rato. Me tumbo en el suelo y desde ahí veo a Viento inspeccionar el pasillo como si fuera un detective.

Estoy tan mareado que no sé por qué digo:

-¿Cómo puede no ser mantequilla?

Y Viento me contesta

-Y encima es bajo en grasas.

Me ha dicho lo que era necesario decirme para que mi cabeza arda súbitamente. Será el cansancio.

¿Quién me está dando patadas?

-Despierta, idiota, no hay tiempo para dormir.

Ella siempre tan amable y delicada me estira de manera bruta y me pone en pie. Nora me ayuda a andar, hasta que llegamos a una puerta en la que hay pintada una cruz.

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